Con el tiempo de Adviento la Iglesia inaugura el Año Litúrgico y comienza un período de preparación espiritual para celebrar el acontecimiento de la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Esta espectación se da en dos dimensiones, explícitamente marcadas en las cuatro semanas que dura este tiempo de preparación.
Las dos primeras nos preparan para estar vigilantes y atentos a la segunda venida de Cristo. En la cual llevará a plenitud toda la obra creadora del Padre. Las siguientes dos semanas, la Iglesia se alegra en la espera y la actualización de la venida histórica de Cristo al mundo. En donde se hace uno como nosotros y comparte en todo nuestra humanidad.
El Adviento es por tanto una oportunidad para la RENOVACIÓN ESPIRITUAL. Rejuvenecidos en el corazón y el alma, caminamos con Cristo a la Salvación y hacemos presentes el amor de Dios a través de expresiones verdaderas de solidaridad, justicia y paz en nuestro actuar, vivir y convivir.
Uno de los signos propios de este tiempo de la Iglesia y de los cristianos es la Corona de Adviento. Domingo a domingo se van encendiendo las luces de la corona como señal del hitinerario espiritual del cristiano en donde ha ido fortaleciendo su fe, su confianza en Dios, su amor y su entrega en la vivencia eficaz del Evangelio.
La corona de adviento, como signo externo, permite al cristiano, recordar que, a pesar de que el mes de Diciembre se ha convertido en un mes lleno de consumo desenfrenado, de fiestas, de algarabías, de adornos, de luces... en la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios, el ser humano encuentra su plena identidad, su sentido de vida y un camino de perfección hacia la plenitud de su propio ser. Esto no lo otorga y no lo encuentra en todo el alboroto de Diciembre.
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